Ya desde el año 2019 tenía ciertas noticias sobre el covid-19. En noviembre era mi fecha tope de entrega para el lote de libros que debíamos enviar a nuestra imprenta en China. Estuve trabajando con ellos hasta el 13, me parece. Todo estaba bien.
Sin embargo, fue para diciembre que el agente aduanal comenzó a informarme sobre la enfermedad en el país y en cómo había corrido para sacar los containers del país para que llegaran a nuestros distribuidores entre enero y febrero.
Si bien oía sobre la noticia, como buena ilusa que era, no pensé nunca, en ningún momento, jamás, que esa enfermedad llegaría a extenderse de la manera en que lo hizo. A lo mucho, sería como la gripe porcina: sí llegó al país, sí tuvo sus afectados pero no fueron muchos y varios se recuperaron. No era nada a lo que debíamos de temer.
Llegó el año nuevo y también el año nuevo chino (por los lares de febrero). Tenía la fecha anotada ya que, para la editorial en la que estoy, era importante manejar los tiempos chinos debido a que pueden determinar si nuestros libros llegan o no a tiempo a los distribuidores. Sin embargo, el agente hizo su trabajo, por algo me pusieron a mí una deadline. Pero, ¿y mis tres novios agentes chinos? No sabía de ellos. Pensaba que, como ya habían cerrado el proceso de impresión conmigo, no necesitaban informarme nada más. Nada que ver.
La realidad me golpeó tan abruptamente el 13 de marzo. Un viernes, curiosamente. Y no por superstición que existe sobre estos días sino porque, si mal no recuerdo, a mi país le ha gustado dar noticias de gran relevancia justamente los viernes por la tarde, cuando ya todos hemos salido de nuestros trabajos y nos dirigimos a casa.
Un mes, pensé. Sí me di cuenta de lo complicado que sería para quienes viven día a día. Cuando estás en Venezuela, organizar o rendir tus recursos para una quincena es bastante complicado. Eso para quienes tienen un trabajo fijo. Los vendedores, ya sean individuales, de kioskito o de negocio, necesitan de sus ventas diarias.
Pero, si hay algo que me sorprende mucho de esto, son todos los emprendimientos y nuevos negocios que han surgido a raíz de una enfermedad en la que muchos todavía no creen. Nada más en mi edificio, pasamos de ser 18 apartamentos 100% residenciales a tener ya 4 apartamentos en los que venden frutas y verduras, artículos varios, dulces y más dulces. Eso solo en mi edificio. En el conjunto residencial se suman nuevos hogares con sus ventas de productos. Y es que ¿cómo no sacarle provecho a una situación en la que nadie debería de salir? En lo personal, les agradezco que estén tan cerca de mi casa.
Otros han tenido que aprender y aprovechar el teletrabajo. El internet se ha vuelto ya no solo un lujo sino una necesidad: aún si tienes un trabajo fijo, tener internet en casa te ayuda a cumplir con tus tareas diarias sin necesidad de exponerte. Hay quienes aún no saben cómo aprovechar sus fortalezas en este mundo y recurren a otras ideas de negocio, como el vender por cuenta propia o prestar sus servicios educativos en casa, en especial a aquellos padres desesperados con la nueva modalidad educativa: quizás nunca antes habían tenido que lidiar con sus hijos tanto tiempo y mucho menos con una cantidad de tareas que, a mi parecer (porque sí, me tocó hacer tarea con mi sobrino), era manejable si te pones un horario y te armas de paciencia y dedicación.
El país sigue viniéndose abajo. La falta de agua, de gasolina, las fallas de luz, de internet... Todo sigue igual en cierta manera, si es que no más agravado por el hecho de que no todos pueden darse el lujo de salir a producir para sus empleadores o para sí mismos. Emprendimientos hay, pero no todos forman parte de uno. Y, aún así, la gente busca cómo resolverse, cómo mantenerse. ¿Que cómo lo logran? No lo sé. Supongo que las ganas de no quedarse en casa haciendo nada (o la falta de dinero, realmente) son buenos impulsores para que las ideas surjan o se inicien proyectos que siempre dejamos en la gaveta y que nunca iniciamos por miedo pero ahora sí por necesidad. Esta enfermedad ha sacado lo mejor de algunos, lo peor de otros y lo más inesperado de muchos.
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Imágenes: El Comercio, Atalayar, propia.
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