Suerte de diario, espacio de quejas/sugerencias y cuaderno de notas

Feminismo venezolano según una millennial

Millennial porque nací en el 90, na más.

A lo que voy: el feminismo.

Creo que no es noticia para nadie que desde hace algunos pocos años, el feminismo ha tomado un auge más o menos importante. Cuando era estudiante de primaria y secundaria, se limitaba únicamente a los movimientos que las mujeres hicieron en tiempos pasados a fin de que se reconocieran sus derechos. Como la presidencia de Medina, donde al fin pudieron hacer valer su derecho al voto. Como la creación del antiguo Ateneo de Caracas, donde artistas, tanto hombres como mujeres, trabajaron en conjunto para inaugurar un espacio dedicado a las artes.

Cuando llegué a la universidad, se limitaba a aquellas mujeres escritoras, tanto de mi país como de otros, que decidieron tener una voz, que decidieron escribir y dejar su huella en el mundo. Mujeres como Zelda Fitzgerald, Teresa de la Parra y muchas otras que usaron nombres de hombres, inclusive, para que sus textos fuesen aceptados por una comunidad en la que no vales si no eres un hombre.

En lo personal, si bien admiraba de alguna forma sus trabajos así como su empeño, nunca me consideré simpatizante de este movimiento, mucho menos una feminista como tal. Quizás porque mi entorno estaba lleno de mujeres: de todos los tamaños, edades y circunstancias. Mujeres que creían en la figura del hombre como pilar fundamental de la familia así como mujeres abandonadas o que han abandonado. Mi mundo siempre ha sido uno matriarcal en mayor o menor medida.

Hace algunos días me preguntaba el motivo de esto, de mi no apoyo a causas feministas excesivas. Caí en cuenta de lo primero (el carajazo de mujeres que rodean mi vida) así como en el hecho de que muchas de esas mujeres, sin importar si creen o no en el patriarcado, son mujeres para nada pasivas.


El primer ejemplo que tengo a mano es el de mi mamá, una mujeres que se ha divorciado dos veces, que ha criado a tres hijos sola y viajó de un estado del país a la capital para trabajar como ama de llaves para una familia que, hasta el sol de hoy, la adora. Recuerdo que una vez me dijo que ella dejó a su primer esposo por estupidez. Era muy joven, se excusó ella. El segundo, mi padre, lo dejó por ser un idiota. Lo "normal" en una sociedad donde hay más madres solteras que padres solteros. Como sea, lo llevó a juzgado y, sin necesidad de un abogado y valiéndose únicamente de los consejos de esta familia para la que trabajaba, se enfrentó a él para ganar mi custodia. La obtuvo, por supuesto. Hizo ver al juez que estaba mejor con ella que con un hombre que vivía con una mujer más joven que él y que estuvo a punto de regalar a su propia hija solo porque era muy joven. La abogada de mi papá no tuvo manera de ayudarle con tal notición.

En mi familia, por lo general, hay más mujeres que hombres: tías, primas, sobrinas... No puedo decir que no hay padres que, bajo la más pura tradicionalidad, se quedan con sus familias porque ahí es su hogar. Pero muchas de mis tías llevaban la batuta en casa, incluso una se atrevió a abandonar a su marido luego de años de matrimonio y de 8 hijos aproximadamente.

Cuando estaba en el colegio, conocí a quien sería la conductora del transporte que me llevaba al colegio y de ahí a casa. Una mujer. Mujer que, un día, nos bajó a todos los niños del auto para cambiar ella misma su caucho espichado. Creo que fue una buena lección silenciosa: nos bajó a todos, sacó el gato y la llave de cruz, metió el gato bajo el vehículo, lo subió, desatornilló el caucho, puso el otro, atornilló, bajó el gato, listo. Quizás más simple y rápido que ponerse una uña de silicón.


A lo largo de mi vida he conocido doctoras, abogadas, mujeres con X cantidad de títulos, doctorados y posgrados. Ustedes dirán: "Ajá, pero eso lo puede hacer cualquier mujer". Por supuesto, en nuestra sociedad y tiempos actuales, ya no es algo que nos esté prohibido ni que tampoco sea inaccesible. Pero también he visto mujeres con mucha menos reserva al momento de hacer "trabajos de hombres": conductoras de autobuses o colectoras de efectivo en las camioneticas. Me causa cierta gracia lo último, sobre todo. Para mí es algo normal, pero para un hombre que tomó el mismo autobús que yo hace una semana atrás, le pareció algo particular: "Ahora ves más fiscales mujeres que hombres". ¿Y cómo no habría de ser así si hay más mujeres que hombres en el mundo?.

Fue en ese momento en que entendí el motivo por el cual no creo en el feminismo: mi realidad no solo está llena de mujeres, sino de mujeres que hacen. No dispuestas a hacer, sino que hacen de una vez: emprendedoras, trabajadoras activas, incluso madres que dejan a sus hijos en manos del marido de turno o aquellas que administran y controlan todo lo que éste gana cada quince y último. Quizás sea por la misma sociedad en la que vivimos. A las mujeres las han jodido tanto los hombres que algunas, hoy día, no están dispuestas a dejar que eso pase: o los joden primero o los dejan para hacer lo que quieren y lo que les conviene. Al menos en el caso de aquellas mujeres que conozco, mujeres que no pueden esperar toda la vida a que el hombre solucione un problema.

Hay de todo en la viña del Señor, dicen. En eso sí creo.

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