La siguiente es una historia real de hace 600 años. Sin embargo, preferiría que creyeras que se trata de ficción. ¿Que por qué? Es una historia demasiado vieja como para tener mucha autenticidad, además de no poseer ni enseñanzas ni moralejas: estoy segura que tal historia sería mejor tomarla como una mentira.
Hace 600 años, en un país cuyo nombre se ha perdido en el tiempo, existía una joven muy hermosa. La única hija de un próspero noble. Su retrato adornaba los hogares de cada familia en la nación: no había nadie que no conociera su belleza.
Tenía un suave cabello rubio, ojos grandes, cabeza pequeña, brillantes labios rojos, cuello delicado, piel de seda, dedos delgados como peces de hielo y piernas largas y delgadas que fluían de su fina y alta cintura.
Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, sin importar su estatus, estaban cautivados. Solamente por su belleza, fue honrada con un título por parte de Su Majestad, el emperador. Toda la nación la llamaba Princesa Hermosa y la amaban.
Los rumores se extendieron y los ciudadanos formaron una enorme fila frente a su castillo tratando de verla. Así fue cómo su extraño encanto superó todas sus expectativas, por lo que le llevaron regalos. Día tras día, la montaña de presentes ante su castillo crecía cada vez más.
―He convertido la belleza de Su Alteza en una canción. Por favor, acéptela ―dijo el músico y tocó su violín.
―He convertido la belleza de Su Alteza en un poema. Por favor, acéptelo ―dijo el poeta y su voz resonó con su recital.
―He convertido la belleza de Su Alteza en una escultura. Por favor, acéptela ―dijo el artista y esculpió cientos de estatuas.
Pero ninguno de sus regalos hizo que la princesa sonriera. En profunda melancolía, observaba la montaña de regalos y, aunque el dolor teñía su rostro de una forma tan hermosa, nadie notó que no sonreía.
―Nadie me ve ―se lamentaba la princesa, sola en su habitación―. Me elogian como hermosa, hermosa, pero no dicen nada más. No saben qué clase de persona soy. No saben cómo soy en mi interior.
Esa era la angustia de la Princesa Hermosa.
Ciertamente, todos estaban encantados por su belleza. La alababan. Por sobre todas las cosas, la miraban. Sin embargo, solo veían su apariencia externa y, sin importar qué hiciera o dijera, no prestaban atención a su comportamiento o sus acciones.
Nadie sabía cómo era en su interior ni intentaron averiguarlo.
Cualquier cosa que ella hiciera o dijera, ellos solo pensaban en la frase "Princesa Hermosa". Si triunfaba o fallaba, si lo hacía bien o mal, su evaluación era siempre la misma: todo lo que hacía era hermoso. Hermosa al dormir y hermosa al despertar. Princesa Hermosa era el nombre perfecto para ella.
¿Acaso tal belleza era diabólica en naturaleza?
―Apenas parece importar si tengo o no una voluntad. Pero no soy esclava de mi apariencia. Esta belleza con la que he nacido ha demostrado ser una molestia. Quiero que vean cómo soy en mi interior, no solo en el exterior.
El no depender de su propia belleza.
Una vieja bruja, que vivía en el país desde tiempos ancestrales, se conmovió por su magnificente fuerza de voluntad.
Se escabulló en el castillo por la noche, movida en un principio por los rumores que había escuchado. Sin embargo, decidió conceder el deseo de la princesa.
―Princesa Hermosa, volveré transparente tu belleza de manera que nadie pueda verla. A cambio, haré que todos a tu alrededor puedan ver tu corazón. De ahora en adelante, será cuestión de cómo eres por dentro.
La vieja bruja cantó un hechizo y agitó su varita: la piel de seda de la princesa de verdad se volvió transparente.
―Gracias. ¡Gracias!
Princesa Hermosa estaba agradecida desde el fondo de su corazón. Un corazón que ahora estaba a la vista de todos.
Su belleza exterior se esfumó, pero el corazón expuesto de la princesa era incomparable en belleza. Su verdadera naturaleza, la cual estaba oculta hasta ese momento por su resplandeciente apariencia, se hizo visible gracias a la vieja bruja: incluso si permanecía dentro del castillo, su resplandor se extendía por todos los rincones de la nación.
Avergonzado de nunca haber sido capaz de ver la belleza absoluta del corazón de su hija, el padre de la princesa saltó del balcón para castigarse a sí mismo al instante siguiente de dar sus saludos matutinos.
Orgullosa de haber dado a luz a una hija de tan magnífica disposición, como si al hacerlo hubiese cumplido con el papel para el cual había nacido en el mundo, la madre de la princesa murió pacíficamente luego de comer su desayuno.
El músico, creyendo que la amabilidad de Princesa Hermosa no podía expresarse a través de la canción, en cambio, ofreció su pertenencia más valiosa, más preciada que su vida: se cortó las manos con las que solía tocar sus instrumentos y se las ofreció a la princesa como un regalo adecuado.
El poeta, creyendo que la sabiduría de Princesa Hermosa no podía expresarse a través de la poesía, en cambio, ofreció su pertenencia más valiosa, más preciada que su vida: se arrancó la lengua con la que solía recitar sus poemas y se la ofreció a la princesa como un regalo adecuado.
El artista, creyendo que la valentía de Princesa Hermosa no podía expresarse a través de la escultura, en cambio, ofreció su pertenencia más valiosa, más preciada que su vida: se sacó los ojos con los que solía inspeccionar sus materiales y se los ofreció a la princesa como un regalo adecuado.
Todos los habitantes de la nación quemaron los retratos de la princesa los cuales, hasta ese entonces, habían atesorado: se preguntaban por qué se habían dedicado tanto a una decoración tan inútil. Más importante, veían la pureza de Princesa Hermosa. Veían su rectitud. ¿Quién hubiese imaginado que un corazón tan meritorio existiera en el mundo? ¿No era esa la verdadera belleza?
Pero no todos tenían cosas más preciadas que sus vidas. Así, renuentemente, a regañadientes, pensando que tales baratijas nunca serían adecuadas para la princesa, le ofrecieron sus vidas. Ofrecieron las suyas, las de sus familiares, las de sus hijos, las de sus nietos. La montaña de regalos se convirtió en una montaña de cadáveres que no tardó en ser más alta que las murallas del castillo.
―¡Qué tragedia! ¡Pensar que llegaría a esto!
Desesperada por la montaña de cuerpos y el río de sangre que se había sacrificado por su bien, la princesa fue en busca de la vieja bruja para disipar el hechizo, pero era muy tarde. La vieja bruja, quien fue la primera en contemplar la belleza interior de la princesa, hacía mucho que había ofrecido lo que era más preciado que su vida: su cabeza, en la cual había cultivado muchos años de valioso conocimiento.
La princesa se echó a llorar ante la cabeza cortada de la vieja bruja.
Esa despreciable forma, ese hermoso corazón que derramaba lágrimas por otros, encantó más y más a la nación. Se desbocaron y compitieron por ofrecerle sus vidas o lo que fuese más preciado que ellas. Para consolar a la princesa, arrojaron sus vidas una tras otra, sonriendo todo el tiempo. Parecían estar muy felices de poder contemplar su hermoso corazón, sin ser engañados por su apariencia, y de morir por su bienestar.
La enfermiza reputación de la creciente montaña de cuerpos ―o, mejor dicho, del castillo de muertos― naturalmente se hizo conocida en la capital imperial y en los países vecinos. Sin embargo, cada vez que un ejército llegaba, sucumbían ante el poder de Princesa Hermosa. Sus preconcepciones y prejuicios se desvanecieron, sus corazones abandonaron toda duda y, felizmente, por sus propios deseos, formaron parte de la montaña de cadáveres.
―¡Suficiente! Todos mueren. Todos mueren por mí. Y no puedo salvar a ninguno. Por más que lo intento, por más que les hablo, la gente muere. Solamente deseo morir.
Pero era incapaz de morir: la fuerza de su corazón no lo permitiría. Ni siquiera podía enloquecer.
―En ese caso, emprende un viaje.
La cabeza de la vieja bruja habló. Las lágrimas que la princesa había derramado provocaron un milagro: tan solo por un momento, la vieja mujer había vuelto a la vida.
―Algún día serás capaz de ayudar a aquellos que murieron a causa de tu belleza maldita. Vive sola y no te acerques a nadie. No debes permanecer demasiado tiempo en un solo lugar. Si lo haces, pronto la gente vendrá a sacrificar sus vidas por ti.
Y así, la vieja mujer exhaló su último aliento de nuevo.
Fue por ello que Princesa Hermosa partió del castillo, que se había teñido con el rojo brillante de la sangre y conservaba la montaña de cadáveres a su lado, y empezó un viaje sin fin. Para evitar que más gente muriese, siguió el consejo de la vieja bruja. Era un trayecto solitario, uno donde nadie podía acompañarla.
Tiempo después se convirtió en un vampiro, pero esas fueron las circunstancias en que la leyenda de aquella princesa manchada en sangre, Kiss-Shot Acerola-Orion Heart-Under-Blade, comenzó.
Y 600 años después, por primera vez, pudo ser capaz de salvar una pequeña vida que se había sacrificado por su puro corazón.